domingo, 22 de agosto de 2010

LA VEJEZ

Acabo de regresar de mi pueblo donde he disfrutado de unos días en compañía de mi familia. Siempre gusta volver a tus raíces y evocar recuerdos, olores, sabores ligados a lugares y personas que te recuerdan lo cruel e inexorable que puede ser el paso del tiempo. Allí envueltos todos por una oleada de quietud y calma se vive la vida de otra manera, no valen las prisas, las carreras, el estrés, hay tiempo para todo y sobra tiempo para todo, fíjate, ¡hasta para envejecer!.
Resulta cuanto menos curioso observar a "los viejos" sentados en sus portales esperando no se que, sosteniendo entre sus arrugadas y huesudas manos sus garrotas, compañeras fieles de sus paseos, en su mayoría inactivos, esperando morir. Si intentas animarlos y les preguntas por qué no salen más, por qué no viajan o hacen esto o lo otro para intentar salir del aburrimiento en el que se sumen, te contestan:

- Hija, yo ya no estoy para eso.

¡Mentira!, se engañan a sí mismos e intentan engañarnos, sí la mayoría están sanos como robles y quieren justificarse con la falta de salud. Esto me enfada y disgusta enormemente y estaría dispuesta a echarles una buena regañeta y a ponerles algún castigo si supiese que iba a ser efectivo y me iban a hacer caso. Todo por tal de alegrarlos y animar un poquito sus vidas.
También es cierto, que en esta nuestra sociedad del bienestar la vejez, por regla general tiene poca cabida, no tenemos apenas tiempo para ellos; se vuelven niños pequeños que demandan nuestro cariño y comprensión que nosotros tan absortos en nuestras ajetreadas vidas no atinamos a dárselos.
Aunque han cambiado físicamente fundamentalmente, son los mismos padres y abuelos que nos criaron, se desvivieron y lo dieron todo por nosotros y se merecen un poquito más de comprensión y afecto por nuestra parte. Ya es hora de que entre todos despertemos a aquellos mayores del letargo en el que se han sumido. ¿Envejecer?, por fuerza, pero siempre que las circunstancias lo permitan desde una óptica activa y de validez.