Ya estábamos todos allí, habíamos quedado un sábado por la noche para despedir el Curso, todos arreglados y emperifollados. Bueno, todos todos, no, faltaba Charo, algo raro dada su puntualidad.
De pronto se dejó caer, pero no llegó sóla, la acompañaba un muchachito de ojos rasgados, por lo visto amigo de su hijo que se había empeñado en acompañarla para conocer la noche Linense y que no entendía ni papa de Español.
Ahí empezaron los problemas, quién coño le explicaba el menú de la carta, a la hora de empezar a pedir, a rebosar con toda clase de tapitas, montaditos, sardinitas al espeto, a la moruna, recetas típicamente españolas y en español.
Tras unos segundos de desconcierto, risotadas y cachondeito a cuenta de aquello, la lengua se nos trabó, viajamos al lejano Oeste y comenzamos a hablar el lenguaje "indio", pensando que el "tu comer", "tú beber", "a tí gustar","tú probar",sería más comprensible para el pobre chiquillo como si un dialecto del idioma chino se tratase.
Pero nada, hijo, que no había manera de entenderse: así que pasamos al arregladito y socorrido lenguaje de gestos, esas manos, ¡qué parecía que estuviésemos bailando sevillanas!, esas gesticulantes y expresivas caras, esos cuerpos contorneándose imitando acciones que nuestro extranjero no atinaba a enteder y mira que le poníamos age. Yo creo que en esos momentos ninguno hubiera dudado en matricularse en uno de de esos cursos on line para aprender el idioma mandarín.
La gente nos miraba partiéndose el culo y ¡ qué bajío!, con la de chinos que comparten nuestra ciudad y ninguno por allí para que nos hubiera servido de traductor.
Así que Chu Lí que era como se llamaba nuestro visitante tuvo que conformarse con probar las tapitas de los demás y sonreir agradecido porque como todos pudimos saber despues había disfrutado de lo lindo aun sin comprender ni jota de lo que decíamos.