miércoles, 2 de junio de 2010

HACE CALOR.....



Todo era alegría y alborozo en el pequeño pueblo. Se celebraba la fiesta de la Patrona y todo el mundo se había echado a la calle: la algarabía se respiraba por todas partes. La chiquillada jugaba en la calle con estrépito.
Juan y Lola hacía tiempo que habían decidido marcharse a la capital en busca de un trabajo digno, allí la juventud no tenía futuro y la población envejecía de forma preocupante, pronto terminaría convirtiéndose en uno de esos pueblecitos fantasmas que se derruye poco a poco, las rasgaduras de la vejez dejaban inevitablemente sus huellas sobre él.
A los dos les encantaba volver a sus raices en cuanto reunían unos días de vacaciones y helos ahí bailando apretujadamente un pasodoble en la verbena situada en la plaza desde donde se podía escuchar el redoble de las campanas.
Hacía mucha calor, Juan y Lola se dejaron embriagar por el alcohol y los acordes que llegaban hasta sus oidos: ella inició un sensual baile que terminó por excitar a su pareja , sus voluminosas curvas, iban y venían rozando apenas el sudoroso y candente cuerpo de Juan cuyo deseo de tenerla en sus brazos y penetrarla hasta lo más profundo de su ser iba en aumento.
Él la agarró bruscamente de la mano y la arrastró fuera de aquel jaleo ensordecedor, el aire fresco de la noche les sentaría bien, decidieron dar un paseo y entrelazados el uno con el otro y entre besos y calientes caricias llegaron sin apenas darse cuenta hasta el establo situado a las afueras del pueblo.
Instintinvamente, y dejándose llevar por sus impulsos entraron dentro y de manera precipitada se dejaron caer como animales sobre el heno que recubría la estancia. Juan se posicionó sobre ella mientras se deshacía del ligero vestido que la cubría, sus turgentes senos se dejaron ver y Juan los agarró con fuerza mientras los besaba. Ella en un intento desesperado buscaba sus labios, recorría con sus suaves manos todos los rincones del cuerpo de su amado mientras le susurraba al oido que la hiciera suya.
Sus movimientos eran rítmicos y acompasados, sus cuerpos subían y bajaban sudorosos, sus labios susurraban mugidos de placer, ambos gemían con estrépito, el placer desbordaba sus sentidos.
Ella fue la primera en despertarse satisfecha , envuelta en sopor, el suave y afrodisiaco cascabeleo de la pulsera que él le había regalado por su cumpleaños devolvió a su amante a la realidad que aunque exhausto reinició el juego amoroso que su pareja le reclamó solícita. Hasta altas horas de la madrugada el pequeño establo fue testigo silencioso de la pasión desaforada de los dos jóvenes amantes.



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