
El gusto por cotillear forma parte de la historia y de la naturaleza intrínseca de cualquier ser humano en mayor o menor grado; vivimos en la sociedad del chismorreo, los chismorreos se venden al mejor postor.
Intentos de cotillear a lo largo de mi vida,¡ muchos!; haciendo memoria me vienen a la mente algunos episodios, sobre todo de mi infancia y adolescencia durante los cuales y junto con mi hermana jugábamos a observar y descubrir las triviales conversaciones de los adultos.
Recuerdo emocionada esas calurosas noches estivales en nuestro pequeño dormitorio de dos camitas cuando era casi imposible conciliar el sueño y entonces nos tirábamos al suelo y agazapadas por la oscuridad de la noche nos deslizábamos hasta el balcón que daba a la calle; como soldados asustados al cobijo de la trinchera aguzábamos vista y oido, para sin ser vistas, recoger los detallles del parloteo de nuestros vecinos que se sentaban, con sus hamaquitas, como era típico, en las puertas de sus casas en busca del fresco que no llegaba.
Así pasábamos las horas hasta que la tierna voz de papá nos llamaba al orden y nos volvíamos a acostar.
También nos resultaba muy curioso y cuando menos temerario escuchar a través de la puerta entreabierta del dormitorio de nuestros padres que terminaban oyendo nuestras risitas nerviosas y nos invitaban a acurrucarnos entre ellos.
He espiado loa arrumacos de mi hermana mayor con su primer noviete, he espiado a mis amigos, a mis "no amigos", he espiado y espiado y me encantaría seguir espiando, ( a través de los visillos, del teléfono, de mirillas, de paredes, de rendijas), pero lo que me resultaría impresionante aunque no menos, casi imposible, es poder espiar los pensamientos e ideas de las personas que me rodean. En fin, mejor termino y lo dejo aquí porque sino váis a pensar que soy una cotilla.
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